La mano que mece la... (Capítulo X)
Un hervidero de cuestiones bullía en su mente durante el recorrido en metro a casa. ¿Quiénes eran aquellas extrañas personitas que la maltrataron? ¿Qué relación guardaban con Leila? ¿Quién era Leila? ¿Qué querían de ella? De todo lo sucedido - no sabía exactamente cuánto tiempo - sólo había sacado una conclusión: jamás volvería a ver a Roberto.
Una vez en casa obtuvo una segunda conclusión gracias a la útil herramienta que puede ser internet: es bastante frecuente que una persona que sufra retraso en el crecimiento sea proporcionado. Pseudo-acondroplasia lo denominan, alguien que ha tenido defectos en el crecimiento y sin embargo su desarrollo es proporcional a su estatura. Curiosamente, un defecto o mutación genética en una niña se muestra en forma leve, puesto que de el par de cromosomas X característicos de ese sexo, el sano, y por tanto dominante, compensa el gen X defectuoso. Es por eso que si ambos padres poseen ese gen X defectuoso, las niñas presentan la enfermedad en forma más leve. Aunque, en cualquier caso, son portadoras de la mutación. Ese detalle descartaba la segunda idea extravagante - pero totalmente fundada al sopesar todo lo ocurrido- la experimentación genética de un hospital o descabellada fundación médica privada.
La tercera idea extravagante aún no desechada por cobrar cada vez más sentido era la del placer. Todavía sentía un leve escozor en su pezón derecho. Se levantó del escritorio en dirección a la luna del armario, con la intención de observar su lacerado pecho. Dos finos arañazos, dos pequeñas medias lunas claramente impresas en la base del pezón, justo en la unión con la aureola. Dos líneas de sangre que concentraban inconscientemente la mirada hacia el centro de su pecho. El hematoma desaparecería en varios días pero aquel extraño signo la había marcado de una forma casi permanente. No pudo evitar estremecerse de nuevo al recordar las agudas punzadas de dolor que le proporcionó aquella salvaje criatura. Algo había cambiado en ella. El recuerdo de la agresión y el deseo de besar los labios de Leila se fusionaban en una turbadora sensación. Sacudió la cabeza intentando despejar su abotargada mente. Era momento de ordenar sus ideas. Consultó el calendario de su ordenador portátil. Habían pasado dos días desde su desvanecimiento en la discoteca.
- Vacaciones infernales - pensó, entre triste y divertida.
Al día siguiente debía madrugar para ir al trabajo, así que decidió tomar un baño relajante para conciliar el sueño. Poco tiempo después de introducirse en el agua templada cerró los ojos y el sopor se apoderó de ella. Comenzó a oir unas risitas jocosas. Reconoció de inmediato aquel timbre juvenil. Las pequeñas criaturas salvajes estaban con ella. Elena estaba de pie en medio de la estancia, los brazos caían pesados junto a su cuerpo y sus piernas estaban levemente abiertas dejando justo el hueco para que una de las pequeñas manipulase libremente su entrepierna. Entornó un poco los ojos y pudo ver cerca de sus pies pequeños y cortos mechones de cabello negro. No sólo habían cortado su cabello, también habían cambiado su color. La enana de mirada perversa enjuagaba su sexo tras rasurarlo con una pequeña maquinilla dorada, mientras la otra, subida en la silla, peinaba su nuevo corte de pelo. Una leve excitación se apoderaba de su cuerpo debido a las caricias de la pequeña que enjuagaba su pubis. La chica que la peinaba cogió del respaldo de la silla algo que parecía un correaje y se la dio a su gemela, que mostraba aquella sonrisa libertina tan peculiar.
- Levanta el pie izquierdo - dijo la pequeña libertina, suavemente esta vez.
Elena levantó su pie lo justo para no perder el equilibrio y la enana introdujo aquel extraño correaje entre sus piernas. El correaje estaba formado por dos tirantes de cuero unidos entre sí en su extremo inferior, formando una "V". La pequeña sujetó la pernera contra su vulva y cedió las dos tiras más largas a su compañera. Mientras la chica de la silla colocaba la tira más externa en su clavícula derecha, pasándola a través de su cabeza, la que estaba situada entre sus piernas ajustaba en las ingles una abertura de la entrepierna que unía ambos lados de su sexo, dándole la apariencia de unos labios fruncidos, una invitación al beso. Una vez situada la tira izquierda en su lugar, el extraño atuendo se ajustó al cuerpo, pegándose como una segunda piel. Finalmente la calzaron con unos zapatos negros de tacón, tan altos que sus gemelos se tensaban con el menor movimiento. Elena temía trastabillar y caer al suelo. Intentaba acomodarse a la pendiente de aquellos zapatos tan elevados pero le era imposible mantener el equilibrio sin bascular su peso, lo que producía que los correajes de su entrepierna masajeasen su sexo. Un leve rubor se apoderó de ella. Su respiración era profunda pero entrecortada. Las enanas la tomaron cada una de una mano y la giraron hacia un gran espejo ovalado situado a su izquierda. El único ruido en la habitación eran las excitadas risitas de las gemelas y el crujir de las ropas y zapatos.
Elena se contempló extasiada. Los altos zapatos tensaban sus muslos y alzaban la postura de su trasero. Aquel extraño correaje se amoldaba al pubis definiendo exactamente la curva de su volumen, dividiendo la grasa de la zona en dos gajos exquisitamente suculentos. Una gran "V" dibujada sobre su tórax, tensada por su espalda arqueada, elevando sus senos totalmente desnudos excepto por la franja de cuero que cubría sus pezones. El estudiado diseño del atuendo dirigía la mirada desde su rostro hacia su vientre, centrando el trayecto hacia su pequeño ombligo y desembocando en su entrepierna. Su cabello había sido cortado a lo garçon, dos rectos flequillos peinados hacia delante en ambos lados de su cara a la altura de sus pómulos que afinaban aún más su rostro y muy corto en la nuca, lo que hacía que su cuello pareciera aún más largo y frágil. Nunca hubiera imaginado que un pelo tan oscuro le proporcionase ese aspecto tan delicado.
- Está preciosa, ¿verdad Oki? - susurró entre dientes la pequeña perversa.
- Sí, casi perfecta. - respondió la pequeña más dulce - Prepárate, Sado, Leila pronto llegará - azuzó alarmada a su hermana Sado. Elena no pudo evitar un sobresalto al volver oir el nombre de Leila. La habían vestido para ella, de modo que volvería a verla. ¿Saborearía por fin aquellos jugosos labios? Guiaron de nuevo a Elena colocándola frente a la gran silla y le ordenaron que mirara al suelo. Acto seguido se colocaron ambas como aquella primera vez: sentadas una a cada flanco de la silla en respetuosa postración.
De repente, alguien la sorprendió desde su espalda colocando una mano en su pecho herido y la otra cubriendo su nariz y boca. Elena emitió un grito apagado por aquella mano que le impedía respirar. Su pecho se agitaba convulsivamente por el pánico.
- Es por eso que estás aquí. Porque eres mía - alguien susurró en su oído, apretándola contra sí al pronunciar cada frase.
Reconocío aquella voz: era Leila. Elena abrió sus ojos alarmada y forcejeaba con su cabeza para librase de la presa que le impedía respirar.
Con un rápido y desesperado impulso hacia arriba, despertó emergiendo del fondo de la bañera, con los ojos desorbitados por la asfixia. Se había sumergido bajo el agua al quedarse dormida en la bañera.
...Continuará...
Capítulo XI
Capítulo IX
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