La mano que mece la... (Capítulo XIV)
No podía deducir cuánto tiempo había transcurrido desde que Sado y Oki la abandonaron a su suerte. A ella le parecían meses aunque desechó la idea de inmediato. Suponía que había transcurrido algún tiempo, unas horas quizás, porque el hormigueo latente del último experimento se había disipado por completo. Tenía un poco de hambre y se sentía algo entumecida por la obligada estancia en la cama. Alguien la había aseado - esperanzada, recordó fugazmente a Leila -, desatado sus mordazas y cambiado de ropa. Junto a la mesita de noche habían dejado algo de comida y agua que saboreó con exquisitez.
Vestía una camisola de gasa negra tan fina que acariciaba agradablemente el contacto con su cuerpo, resignado ya al trato rudo. Como única prenda interior lucía un minúsculo tanga de algodón negro. Le consternaba el hecho del aseo y la ropa limpia. Ahora era "La Perra" de Leila y en lugar de una campanilla para sugestionar su comportamiento, lo que incidiría en ella - y más le valía ir asumiéndolo - iba a ser el ritual del aseo.La ciencia de Pavlov había cumplido su cometido: El agitado aliento de evocar a Leila y la rápida respiración del temor a una nueva experiencia desconocida, quizás más humillante o más dolorosa, se habían convertido en un mismo impulso emocional o, tal vez, sensual.
Un escalofrío nació en lo profundo de su vientre transmutándose en un espasmo que la obligó a unir sus muslos, como si intentara recogerlo, para no dejar que acabara de entrar ni saliera jamás. Inspiró hondo recabando en su anterior vida, que ahora parecía tan lejana, tan borrosa. Era duro y desconcertante. Deseperada, cuestionaba mentalmente qué diablos le estaba ocurriendo. Quién era esa persona que yacía almizcleña en su antigua cama. Su mano derecha se posó en el pezón que mostraba orgulloso su marca de esclava, el dedo índice dibujando sobre la suave gasa los pequeños verdugones en forma de media luna. Su agitación nerviosa se acrecentaba por momentos. De nuevo excitada. Gimió entredientes, acallando su necesidad por temor a las posibles represalias. Su mano izquierda se dirigía lentamente a su entrepierna. Deseaba domar aquel escalofrío aunque sufriera castigo por ello. Cerrando los ojos se abandonó a su instinto. Un golpe de fusta seco y rápido sobre su mano izquierda la hizo desistir inmediatamente de sus actos. Abrió los ojos rápidamente sólo para observar el gesto fruncido de Leila.
- Eres una insolente - reprendió enfurecida mientras continuaba golpeándola con su fusta. Un golpe, una palabra - No te atrevas a esgrimir palabra, ¡perra! -
Golpeaba ahora con enervada rapidez. Tras cada aguda palmada de la fusta se producía rítmicamente un gruñido de conmoción y un agudo espasmo doloroso en el cuerpo de Elena. El último insulto fue el golpe más duro de digerir para ella. Se sentía despreciable por haber decepcionado así al objeto de su deseo. Si tan sólo ella pudiera observar en sus ojos aquel mensaje. Si tan sólo ella comprendiera lo que en ese momento le estaba ocurriendo. "Era por tí, mi señora, tan sólo pensaba en tí". Leila dejó de golpearla. Una lágrima rodaba por la mejilla izquierda de Elena. Sus muslos presentaban delgadas líneas sonrosadas en su comienzo y rojizas en el extremo superior donde había impactado la trencilla de la fusta.
- Esperaba no tener que hacer esto pero no me dejas otra solución - dijo Leila obligándose a reprimir su ira. Su mentón mascullaba cada palabra con movimientos en ángulo recto - Ibas a realizar ese viaje como mi acompañante. Ahora no serás más que otro bulto de mi equipaje.
...Continuará...
Capítulo XV
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