miércoles, 6 de octubre de 2004

La mano que mece la... (capitulo XIII)

Sado miró a Oki y le hizo un gesto con la cabeza para que ésta me amordazase. Mientras así obecedía la pequeña Oki, Sado terminaba de montar el "aparatoso" aparato. Se trataba de un corsé que emitía "shocks" electricos en algunas zonas erógenas: pezones, pubis y cuello. Sado, que se había quedado bastante "salida" después de aquel espectáculo (con palomitas aún entre los dientes) no paraba de sonreir compulsivamente.
-Te lo vas a pasar muy bien, amada- decía entre sonrisitas.

Por un lado el terror se apoderaba de mi cuerpo, pero por otro deseaba formar parte de aquel experimento. Sin embargo, echaba de menos la dominación de Leila. Las enanas me parecían bastante desagradables y no me hacían sentir el mismo morbo. Sin embargo, consciente de que mi relación con Leila no podía ser otra, decidí callar y pasar aquel trago de una u otra manera para así tener la posibilidad de volver a ver a mi "dueña".

Sado ató aquel corsé a mi cuerpo con la misma delicadeza que un carnicero le quita las visceras a un pollo. Mientras jugueteaba con mi entrepierna, Oki le daba a un botón que se encargaba de darme descargas eléctricas. Las descargas pasaron de ser dolorosas a placenteras. Después de un rato de dolor, me vino un inmenso e intenso orgasmo como nunca había tenido. Quise gritar, pero no podía. Mi mordaza no me dejaba.

Sado, consciente de que ya había cumplido su misión, tomó a su hermana Oki y las dos comenzaron a hacer el amor delante mía, como si yo no estuviese.

Mientras gemían, Sado no cesaba de mirarme. Su mirada no me causó nada. Sólo deseo de que se fueran.

Cuando terminaron su sesión exhibicionista de sexo, cuando creí que ya por fin me desatarían y se irían... observé perpleja como las dos cogidas de las manos se esfumaban sin mirar atrás, como si yo no existiera...

...Continuará...
Capítulo XIV
Capítulo XII

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