miércoles, 6 de octubre de 2004

La mano que mece la... (Capítulo XII)

Sentadas en el salón, Oki y Sado no apartaban los ojos de la televisión. El canal auxiliar del aparato mostraba todo lo que ocurría en el dormitorio. Oki picoteaba ligeramente un cuenco de palomitas aparentando indiferencia, soltando risitas nerviosas entre mordida y mordida. Sado estaba sentada en el borde del sillón, su cuerpo proyectado hacia adelante, sus manos aferradas al cojín, retorciéndolo. Un gemido se oyó a través de los altavoces de la televisión, descompasado en latencia con el rumor real propagado desde la habitación de Elena, dándole una sonoridad extraña, el feble gemido erótico de alguna aparición o alma en pena. La respiración de Sado se agitaba al ritmo de las imágenes y en un arrebato de excitación mordió su labio inferior. Un hilillo brillante de roja sangre resbalaba hacia su barbilla. La risita de Oki se tornó compulsiva cuando vió caer en el regazo de su hermana una lívida gotita de sangre. Sado se mecía hacia atrás y adelante, gruñiendo en cada acometida de placentero roce.
Leila dió leves lametadas díscolas al pezón herido de Elena y continuó la ascendente travesía por su cuerpo.
- Te gustan estas sensaciones, ¿verdad? - Le susurró, deteniéndose junto a su oído - Saboréalas, porque no las obtendrás en mucho tiempo. Sólo cuando yo desee. Ese será tu cometido a partir de hoy: tu existencia estará supeditada por completo al afán de mis deseos. Obedecerás, aunque me observes temerosa e incrédula ahora, obedecerás, mi dulce niña.
El mismo tono agresivo y a la vez suplicante del reciente sueño. Elena se debatía entre el fragor de la excitación y la agitación miedosa. Le turbaba sobremanera que una persona pudiera ser tan impactante que incluso soñaba lo que acontecería en un futuro próximo con ella, y más que soñar, deseaba. Ahora su deseo se había cumplido, excepto que la realidad carece de los mullidos algodones dulces que sustentan y protegen a la violenta fantasía.
Sin decir ni una palabra más, Leila se levantó y abandonó la casa. Oki y Sado observaban a hurtadillas desde el quicio de la puerta del salón, expectantes. Leila cerró la puerta, se oyeron sus tacones bajando las escaleras. No había dado ninguna indicación a sus pequeñas y minuciosas criaturas; pero quien calla, otorga, ¿no es así?
Las gemelas permanecían indecisas bajo el dintel del dormitorio. Elena observaba aterrada la mancha de sangre en el límpido rostro de Sado. Se esforzaba inútilmente en soltar sus ligaduras o emitir algún sonido de alarma. La chiquilla secó su rostro con el brazo izquierdo mientras extraía de uno de los bolsillos de su traje un pequeño aparato, de su extremo superior brotaban chispas eléctricas. Oki reía compulsivamente de nuevo. Una sonrisa tensa iluminaba el rostro de Sado en respuesta al zumbido de aquel juguete.

...Continuará...
Capítulo XIII
Capítulo XI

1 comentarios:

Eufórica dijo...

¿Que hacemos? ¿La matamos ya en manos de las enanas? jajajaja... bueno, me toca :)