viernes, 25 de noviembre de 2005

dios On-line

Viajaba en el bus de vuelta a casa. Los objetos del camino pasaban fugaces, intentando en vano atraer mi indolente atención. El "Canto del corro infinito de la Familia Esqueleto" atronaba en mis auriculares, mis pupilas forzaban una trayectoria ascendente fruto del paroxismo de aquella espiral de ecos sonora, esa traca final tra/nscendente; en los últimos compases de la tonada, un coro de voces celestiales se superponía a su óbito de notas eléctricas, cada vez con más decisión.
Una gran luz me iluminaba desde arriba, mi cuerpo comenzaba a levitar incómodo por el exceso de peso. Un hormigueo delicioso recorría mi cuerpo.
El canto del coro cesó de repente, todo sonido posible parecía haber huido temeroso de aquella atmósfera enfermiza. De pronto una voz sonó, retumbando dolorosamente en mis entrañas:
¿Quién dejó prendida la luz de la cocina??

¿Fue dios? Qué se yo!!! Pregúntaselo a él

domingo, 6 de noviembre de 2005

El bibliomaníaco mamón


"Entonces vio primero una gran bola blanca, luego otra, grandes, blancas y brillantes como vilanos de cardos que eran empujadas por el viento a través del camino. Estas bolas se elevaban a bastante altura en el aire, caían y se volvían a elevar, se detenían un instante, se aceleraban y pasaban por delante de ellos; al verlas, la inquietud de los caballos aumentó.
(...)
Agarró la brida de su caballo encabritado y buscó entre la hierba. Un hilo largo y pegajoso cayó sobre su cara, una flámula gris se enredó en el brazo que sostenía la brida, y una cosa grande, hormigueante, con muchas patas, descendió rápidamente por su nuca. Miró hacia arriba y descubrió una de esas masas grises, que parecía anclada encima de él por medio de esos hilos y cabos que se agitaban como la vela de un barco cuando cambia el rumbo... aunque silenciosamente.
Tuvo la impresión de que había muchos ojos, una tripulación numerosa de cuerpos rechonchos con miembros largos y muy articulados, que tiraban de los cabos que amarraban esa cosa para dejarla caer sobre él. Durante un rato miró hacia arriba al tiempo que contenía al caballo desbocado, gracias al instinto que nace de cabalgar muchos años. Después, el plano de una espada y el filo de una hoja brilló sobre su cabeza y separó el globo volante de la telaraña; entonces la masa se elevó suavemente y se alejó din dejar rastro alguno.
-¡Arañas!- gritó el hombre delgado-. ¡Esas cosas están llenas de arañas gigantes!¡Mire, señor!
(...)"
El Valle de las arañas - Herbert George Wells


El cometido del bibliomaníaco es mostraros un breve destello de la genialidad de un relato pero sin proporcionaros un leve atisbo de su planteamiento o su desenlace, tan sólo un extracto, de ahí lo de mamón: Para conocer la completitud de la historia tendréis que buscarla.