martes, 12 de abril de 2005

MUJERES CONDENADAS

Delfina e Hipólita

A la pálida claridad de lámparas languidecientes
sobre profundos almohadones todo impregnados de perfume,
Hipólita soñaba en las caricias poderosas
que alzaban la cortina de su joven inocencia.

Ella buscaba, con ojo turbado por la tempestad,
de su candor el cielo ya lejano,
igual que un viajero que vuelve la cabeza
hacia los horizontes azules abandonados por la mañana.

De sus ojos mortecinos las perezosas lágrimas,
el aire roto, el estupor, la voluptuosidad melancólica ,
sus brazos vencidos, arrojados como armas vanas,
todo servía, todo adornaba su frágil belleza.

Tendida a sus pies, sosegada y llena de alegría,
Delfina la cubría con sus ojos ardientes,
como un animal fuerte que vigila una presa,
después de haberla marcado con los dientes.

Belleza fuerte de rodillas ante la belleza frágil,
soberbia, absorbía voluptuosamente
el vino de su triunfo, y se estiraba hacia ella,
como para recoger un dulce agradecimiento.

Buscaba en el ojo de su pálida víctima
el cántico mudo que canta el placer,
y esta gratitud infinita y sublime
que sale del párpado igual que un largo suspiro.

-"Hipólita, querido corazón, ¿qué dices de estas cosas?
¿Comprendes ahora que no hay que ofrecer
el holocausto sagrado de tus primeras rosas
a los soplos violentos que podrían marchitarlas?

Mis besos son ligeros como esos efímeros
que acarician de noche los grandes lagos transparentes,
y los de tu amante cavarán sus surcos
como los carros o los arados chirriantes;

Pasarán sobre ti como un pesado atelaje
de caballos y de bueyes de cascos sin piedad...
¡ Hipólita, hermana mía, vuelve pues tu rostro,
tú, mi alma y mi todo, mi todo y mi mitad!

Vuelve hacia mí tus ojos llenos de azul y de estrellas!
¡ Por una de estas miradas encantadoras, bálsamo divino,
de los placeres más obscuros levantaré los velos
y te adormeceré en un sueño infinito! ".

Pero Hipólita entonces, levantando su joven cabeza:
- "No soy nada ingrata y no me arrepiento,
mi Delfina, sufro y estoy inquieta,
como después de una nocturna y terrible cena.

Siento caer sobre mí pesados temores
y negros batallones de fantasmas dispersos,
que quieren conducirme por caminos movedizos
que un horizonte sangriento cierra por todas partes.

¿Hemos cometido acaso una acción extraña?
Explícame, si puedes, mi turbación y mi espanto:
Tiemblo de miedo cuando me dices:
"¡Ángel mío!", y mientras tanto siento mi boca ir hacia ti.

¡No me mires así, tú, mi pensamiento!
A ti a quien amo para siempre, mi hermana de elección,
aunque fueses una trampa escondida
y el comienzo de mi perdición!".

Delfina sacudiendo su cabellera trágica,
y como golpeando sobre el trípode de hierro,
la mirada fatal, respondió con voz despótica:
-"¿Quién, pues, delante del amor se atreve a hablar de infierno?

¡Maldito sea para siempre el soñador inútil
que quiso el primero, en su estupidez,
encariñándose de un problema insoluble y estéril,
en las cosas del amor mezclar la honestidad!

Aquel que quiera unir en un acuerdo místico
la sombra con el calor, la noche con el día,
¡no calentará jamás su cuerpo paralítico
a este rojo sol que se llama amor!

Ve, si tú quieres, a buscar un amante estúpido;
corre a ofrecerle un corazón virgen a sus crueles besos;
y llena de remordimientos y de horror, y lívida,
me traerás tus pechos afrentados...

¡No se puede aquí abajo contentar más que un solo dueño!".
Pero la niña difundiendo un inmenso dolor,
gritó de súbito: -"¡Siento ensancharse en mi ser
un abismo abierto; este abismo es mi corazón!

¡Ardiente como un volcán, profundo como el vacío
Nada saciará a este monstruo gemebundo
y no refrescará la sed de la Euménide
que, la antorcha en la mano, le quema hasta la sangre!

Que nuestras cortinas cerradas nos aparten del mundo
y que la lasitud lleve al reposo.
¡Quiero hundirme en tu garganta profunda,
y encontrar sobre tu seno el frescor de las tumbas!"

- ¡Descended, descended, lamentables víctimas,
descended el camino del infierno entero!
Sumergíos en lo más profundo de la sima, donde todos los crímenes,
flagelados por un viento que no viene del cielo,

hierven confusamente con un ruido de tempestad.
Sombras locas, corred al objeto de vuestros deseos;
jamás podréis saciar vuestra ira,
y vuestro castigo nacerá de vuestros placeres.

Jamás un rayo fresco alumbró vuestras cavernas;
por las grietas de los muros efluvios febriles
se filtran inflamándose como linternas
y penetran vuestros cuerpos con sus perfumes aterradores.

La áspera esterilidad de vuestro goce
alteran vuestra sed y envara vuestra piel,
y el viento furibundo de la concupiscencia
hace flamear vuestra carne igual que una vieja bandera.

Lejos de los pueblos vivientes, errantes,
condenadas a través de los desiertos corred como lobos;
haced vuestro destino, almas desordenadas,
¡y huid del infinito que lleváis en vosotras!



Charles Baudelaire, 1855 (más o menos)

1 comentarios:

Le Diable Rouge dijo...

Jamás un rayo fresco alumbró vuestras cavernas...

Aaaaaahhh: sin lágrimas, por favor, es un desperdicio de bonito sufrimiento...
La relectura de este sublime retal de la perdición humana me ha traído a la memoria mi obra preferida, entre otras muchas, del amigo Baudelaire. Se hace obligación, queridos acólitos, otro "post" a modo de réplica.